Ofrenda

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domingo, 20 de marzo de 2011

Ερμούπολη, 01-Ene-05

He bajado cansadísimo de la Ciudad Alta; tenía la intención de meterme en la habitación y descansar un rato antes de irme a comer algo. Por el camino me he entretenido mucho tiempo en los tres cementerios; el de los soldados ingleses que ayudaron a liberar Syros de la ocupación de los nazis, el de los nobles de los siglos XVIII y XIX y el cementerio actual.
El de los nobles recordaba en muchos aspectos al Kerameikós de Atenas. Columnas, pilares con relieves rematados por las palmetas áticas, lékythos de mármol blanco de unos tamaños gigantescos…
En el cementerio actual una tumba casi me hace estallar en carcajadas. Era de un joven de unos treinta años; en una foto aparecía en bañador, con todo su cuerpo tatuado, como una gran mantelería bordada alrededor de su piel. No había en la tumba símbolos religiosos; la lápida tenía esculpido en un bajorrelieve el escudo del equipo de fútbol favorito del difunto, el AEK. Los floreros estaban cubiertos por bufandas con los colores del mismo equipo y, en una vitrina de mármol y cristal, recortes de periódico celebrando victorias deportivas. Un toque cómico de pésimo gusto en este recinto hermoso y triste.
Había en el cementerio muchas flores frescas, como si la gente hubiera venido a celebrar el año recién nacido con los muertos, tal vez se quieran recordar a sí mismos que el tiempo pasa y siguen vivos.
Una mujer completamente vestida de negro atraviesa los pasillos que dejan las tumbas, rápida. Lleva un incensario humeante. Antes de dejar el cementerio vuelvo a verla, sentada sobre una lápida, llorando con una amarga timidez, con avergonzada tristeza. Miro la fecha de la tumba: 1993. ¿Cuánto dura el desconsuelo?
Llego al hotel con mucha sed y ganas de cambiarme de ropa, pero en la recepción mi kyría[1] Esperance me ha tenido de conversación hora y media.
He conocido pequeñas páginas de la historia cotidiana de Syros a través de unos ojos grises que siempre han tenido el horizonte de estos montes gemelos y estas olas. La conversación ha comenzado con una pregunta ritual de cortesía:
-¿Le está gustando la isla? ¿Qué le ha parecido la Ciudad Alta?
-El lugar es precioso, pero es muy cansado subir hasta allí.
De esta forma comenzó un relato que intento reproducir para que jamás desaparezca de mi recuerdo, para que no se convierta en un nombre borrado de una playa de Syros.
“Cuando yo era pequeña, había terminado una de las guerras. Subíamos y bajábamos cada día dos veces. Veníamos a trabajar a las fábricas que había entonces donde ahora están los petroleros. La comida era poca, estábamos débiles y los caminos no eran como ahora, no. Ahora hay carreteras asfaltadas, pero entonces nos llenábamos de barro las piernas porque los caminos estaban aún sin hacer. No se olvide de que había terminado la guerra. Nos poníamos a trabajar muy jóvenes, para poder ayudar en casa a nuestras familias. En muchos casos los padres habían muerto y quedaban sólo las madres con hijos pequeños. Había también pocos jóvenes porque habían tenido que ir al frente. Éramos muy pobres, pero la isla se hizo rica en poco tiempo. Cuando terminó la guerra volvieron a funcionar los astilleros y la industria empezó a funcionar otra vez. Syros siempre había sido una isla rica. Las chicas de aquí trabajábamos en las fábricas, las de las otras islas venían a trabajar en las casas de los comerciantes, de los médicos y los abogados. Las otras islas eran más pobres que la nuestra y los padres las mandaban aquí para que ganaran un poco de dinero que a ellos les daba el pan. Pero las señoras de las casas las trataban mal. Tenían que trabajar mucho. En la casa de nuestro médico vivían sólo tres personas de familia: él, su mujer y un hijo. Tenían para ellos seis chicas de las islas. Una para la cocina, otras dos para limpiar la casa, otra que se dedicaba a lavar, otra a planchar y la última iba a la compra y ayudaba en la cocina. Cada una pasaba el día entero en su tarea. La que tenía que lavar necesitaba a veces ayuda de la que planchaba. No había jabón, no se olvide de la guerra. Ponían la ropa en un barril sin fondo. Debajo la ropa oscura, encima la blanca. Sobre la ropa blanca ponían una sábana vieja y encima echaban ceniza de la cocina, zumo de limón y cáscaras de huevo machacadas. Sobre esta mezcla vertían agua hirviendo, así tres o cuatro veces, cambiando siempre la pasta que se hacía sobre la sábana vieja. Después había que tender la ropa y plancharla. ¡Pobrecillas! Nos veían a nosotras, con un horario de trabajo que nos dejaba estar con nuestras familias. Ellas tenían los domingos sólo dos horas libres, de cuatro a seis, para ir a pasear a la plaza. Querían trabajar con nosotras en los talleres, pero tenían que quedarse en las casas a servir porque en esa época las mujeres no podían vivir solas. Los ricos eran los responsables de las chicas y escribían a los padres en las islas diciendo que ellos se hacían cargo de las muchachas hasta que se casaran y que les enviarían el dinero a través del banco. Una chica vino desde Santorini con sólo ocho años; vino a trabajar a la casa de un médico que estaba casado con una italiana. La niña casi no sabía hacer las cosas de la casa y la destinaron a la plancha. Aún se utilizaban planchas de carbón y la señora quería que toda la ropa quedara perfecta. Un día se enteró de que su marido tenía una querida y al llegar a casa le planchó a la niña de Santorini los brazos, se los quemó porque había una arruga en el vestido.
Ahora las cosas son muy distintas. Los jóvenes no trabajan, sólo quieren el dinero de los padres, pero ellos no quieren trabajar. Van al colegio y piden para un bocadillo a media mañana o para un refresco. Las cosas han cambiado en Grecia. ¿En España son ustedes católicos u ortodoxos? Yo soy católica. Así me educaron y en eso creo. Los ortodoxos dicen que somos gente sin bautizar y que no nos santiguamos con tres dedos; pero ellos no se tocan el hombro derecho al santiguarse y no guardan el ayuno como hace años, cuando estaban cuarenta días sin tomar huevos y aceite. No me gusta que el gobierno diga cuando tenemos que celebrar la Pascua. Para ellos este año será en mayo y para nosotros en marzo. Yo creo en mis cosas porque así me las enseñaron, que sólo hay una Virgen, la madre de Dios, pero los ortodoxos tienen muchas vírgenes.
Perdóneme, no quiero cansarle con mi conversación, pero como lo veo solo, me imagino que no le importará hablar de vez en cuando. A mí me gusta la gente que viaja sola. Son personas fuertes, independientes. Yo no quiero compañías ni para ir a comprarme una blusa. Vas con las amigas o con la nuera y al final te convencen para que compres lo que no te gusta. Esto te va bien, esto no te sienta bien. Y llegas a casa con una blusa que ni te queda bien ni te gusta. Yo, cuando me encuentro por la calle con las vecinas, les digo que tengo prisa, que me van a llamar por teléfono. Así no les doy explicaciones”.
La conversación termina, le digo que voy a descansar, me pide disculpas por si se ha puesto pesada.
Subo a mi habitación, más cansado aún, pero más sonriente.





[1] Señora.

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