Ofrenda

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lunes, 28 de marzo de 2011

Χανιά, 2-I-2008
Ο ΑΓΙΟΣ ΣΕΡΓΙΟΣ

Ha salido el sol. El cielo casi despejado. Sopla el viento. Me levanto de un salto de la cama y a la calle. Estoy contento.
     Paseo por las calles que recorrí a oscuras en la noche. Me lleno imágenes los bolsillos. Preparo lo necesario para que se fortalezcan en el exilio mi nostalgia y mi memoria. Temo que la edad me arrebate mis recuerdos, tal vez por eso fotografío lo que veo y escribo en cuadernos a los que pongo fechas. Así, en un futuro que temo poco lejano, cuando el cerebro pierda la energía que le hace conservar con cierto orden lo que vivo, usaré estos archivos de palabras y sombras del sol apresadas en mis fotografías.
     En el borde del puerto, a tan poca distancia del agua que un ligero movimiento sería peligroso, hay una mesa y dos sillas “sentadas” a la griega, es decir, colocadas una junto a otra para observar con ojos paralelos el juego de luz y mar.
     Decido que es el lugar ideal para tomar mi desayuno. A mi espalda queda la primera fila de casas desconchadas, sobre ellas un par de minaretes y a lo lejos los picos nevados de los Montes Blancos. Es una estampa idílica, pero me siento de espaldas y miro el mar. Café largo con leche y bougatsa. Aromas de crema y canela.
     Desayuno imaginando quién quisiera que ocupara la otra silla; quién me gustaría que esta mañana última en la tierra de Creta probara mi desayuno. Es difícil pensar esto sin sentirse un poco culpable, vas rechazando candidatos como si fueras una exigente Cenicienta que pone en muchos pies y nunca regala su zapato delicado de cristal.
     Al final la larga lista queda en dos candidatos. Dos personas con las que podría hacer en realidad lo que sólo con ellos me está permitido hacer. Despojarme de roles y de máscaras y hablar sabiendo que seré comprendido y que en el caso de no serlo, al menos no seré juzgado. Sylvia y Mario serían hoy mis compañeros elegidos para el viaje. De alguna manera siempre lo son. Ya hace años que recorremos juntos muchos paisajes. Compartimos con otros ciertos trayectos, largos o pequeños recorridos, pero el más delicado, el más íntimo, ese paisaje interior que no dejamos ver a nadie, el que con temor protegemos, ese sólo con ellos puedo recorrerlo. A su lado me puedo permitir el lujo del silencio
     Vuelvo al hotel. En el móvil un mensaje de Sylvia.
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(1) San Sergio

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