Ofrenda

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jueves, 24 de marzo de 2011

Πειραιάς 25-XII-2007
Η ΓΕΝΝΗΣΗ ΤΟΥ ΧΡΙΣΤΟΥ(1)


     Miro desde el sucio ventanal los barcos tan detenidos como el propio mar. Una calma de aguas que parece impensable en diciembre. No llueve, y era lluvia lo que yo esperaba para esta primera escena; porque en un café como éste, hará unos setenta años, en un día de lluvia, conociste al hombre que marcó tu futuro y al que convertiste, desde las calles transitadas de tu literatura, en un personaje tan universal como Hamlet o don Quijote.

     Os busco entre las mesas. Tú con ese aire delicado de los que tienen naturaleza enfermiza. Él, por el contrario, con el aire saludable y casi rudo de los que devoran la vida a grandes bocados, ansiosos por devorar y a la vez por no consumir jamás el fruto que se les ha entregado. Tú llevarías seguramente un traje bien cortado y mal planchado, arrugas del viaje largo hasta el regreso. Él llevaría un jersey envejecido y dado de sí, el cuello más amplio de lo que fue en su origen, las mangas alargadas y deshilachados los puños; pero que luciría con un pretendido estilo de lord inglés, a Alexis nunca le preocupó su apariencia.
     Tú tomarías té. Alexis, ron.
     ¿Qué puede unir a dos hombres en apariencia tan diferentes? La aventura y el aprendizaje. El hombre culto, instruido, experto en viajes; el hombre que ha publicado novelas, ensayos, artículos y traducciones tiene la seguridad de que podrá aprender del hombre que ha tenido como toda escuela sus días en la tierra.
Alexis ha visto en ti la posibilidad de la aventura, de una experiencia distinta, la probabilidad de viajes, mujeres, dinero: sobrevivir. Vivir.
     Vuestro rostro y vuestra piel no muestran ninguna semejanza. Pero una es vuestra mirada. Viva, rápida, curiosa. La misma mirada, similares algunos puntos de vista; sin embargo, los objetos contemplados son completamente diversos. Tú almacenas rostros, gestos, palabras, actitudes; todo lo que más tarde usarás, dándole forma, para crear otros tipos de vida, historias sólo escritas que parecerán reales. Mientras tanto, Alexis mirará los pechos duros de alguna viuda joven, una hembra fiera a la que nuestro mar traidor y dulce le arrebató un casi recién estrenado marido. Él sabrá acallar en las noches del invierno cretense las voces del marido ausente.
*    *    *

     Subo por fin al barco. Otro Poseidón. Me gustan los Poseidones. El otro, el “Expres”, ya conté en cierta ocasión que debe haber sido desguazado hace tiempo. El de hoy es el Poseidón Hellas, nuevo y modesto, como casi todo en Grecia. Este país es poco dado a las exageraciones si no son las del espíritu; tú lo sabes bien: Grandes expresiones, grandes gestos, grandes también los dramas, las tragedias, pero en lo material permanece discreto.
     En contra de lo que pueda parecerte, no voy a Creta. Aunque sabes que voy a buscarte; pero prefiero hacer el viaje lentamente, a pasos cortos. Hoy comenzaré por otra isla. Hoy voy a Egina. Para mí la isla también tiene un significado especial. Fue la primera isla que conocí en mi primer viaje, en un tiempo en el que no sabía de tu existencia, de tus libros o nuestros vínculos. Años después supe que una de tus frases nostálgicas más repetidas en tus exilios voluntarios era: “Lo que daría por volver a Egina”.
    
Pasó el tiempo, seguía sin saber nada de ti, y ya ves, el destino me condujo a vivir un tiempo en Egina. No recuerdo el año, sé que fue hace mucho, que yo no había cumplido aún los veinticinco. Andreas me ofreció una casa barata en la isla, edificada en una hermosa y diminuta cala.
     Zarpamos.
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(1) Nacimiento de Cristo.

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