Ofrenda

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sábado, 26 de marzo de 2011

Μονή Φανερομένης, 29-XII-2007

Hasta llegar al monasterio me asaltaba de manera insistente una pregunta: ¿cómo pudo llegar a finales del siglo XIX hasta aquí mi bisabuelo? En la actualidad, con carretera y coche, el camino es verdaderamente difícil, como si el monasterio rechazara cualquier tipo de visita. El aire es aquí fuerte y helado, corta la respiración y el horizonte sólo se mira con ojos entornados.
     Cruzo pequeñas ensenadas con un mar bravo y celeste. En una de ellas se distingue aún el resto de una cantera minoica. Paro a hacer algunas fotografías. Más allá, el islote de Mojlos, separado de Creta por un terremoto.
     
     Según el cuentakilómetros del coche he llegado al monasterio. Bajo y no veo nada. Un pueblo completamente fantasma al que sólo los ladridos ansiosos de unos cuantos perros, encerrados en un recinto alambrado, parecen darle vida. Nadie en las calles. No hay coches, no hay niños, no hay ancianos sentados en las puertas. Pero huele a pan recién horneado. Camino perdido, irritado por los inútiles ladridos y sintiéndome otro perro sin amo. De pronto, escrita a mano, en una pared que un día estuvo encalada, la indicación del monasterio y una flecha. Son sólo cincuenta metros lo que me separan de él.
     El monasterio es una prolongación del desierto vecindario, como una barriada de un color distinto. El pueblo fantasma recuerda sus tiempos de blancura de cal; el monasterio luce desnudas paredes del color de la piedra. En medio del recinto se ve la pequeña bóveda de la iglesia, por debajo del nivel de las celdas. Unas escaleras llevan a la puerta del diminuto y humilde templo semiexcavado en la roca. Su enclave tiene un sentido, el icono de la Virgen apareció en una cueva y sobre ella se edificó el monasterio.
     Desaparecido del mundo, sombreado por valles de densa vegetación, es el lugar perfecto para que mi bisabuelo viniera a parar aquí con sus hombres.
     Tras un paseo por todo el monasterio regreso al interior del templo; enciendo un par de velas. Me marcho.

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