Ofrenda

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sábado, 26 de marzo de 2011

Μονή Τόπολυ, 29-XII-2007

Moní Toplou es el último de los monasterios de esta zona al que vino el bisabuelo. Este camino es más fácil y eso hace que en la actualidad sea un monasterio más visitado. Desde lejos parece una fortificación. Sólo la cúpula rojiza que corona la torre nos indica la naturaleza del edificio.
     Antes de entrar me acerco a la pequeña capilla que hay a la derecha, al otro lado de la carretera. Es la capilla del cementerio; se nota que está muy restaurada y continúa en obras. Pocas tumbas, todas ellas de dignatarios del monasterio.
     Atravieso una puerta con un antiguo dintel de mármol. Un par de frescos recientes a ambos lados del arco que da acceso al monasterio. La construcción es imponente, todo piedra, apariencia maciza y adusta de quien sabe que debe resistir el paso de batallas y siglos; de quien no sabe cuánto habrá de vivir en siglo venideros.
     Moní Toplou es el típico monasterio fortificación de Grecia. La amabilidad actual de los monjes, su hospitalidad y conversación fácil ocultan el turbulento pasado de estos monasterios amurallados. En este sólo viven ahora el higúmeno y un monje joven, y eso se nota en el ambiente. Un monasterio rico y próspero en el pasado que tiene ahora el aire debilitado de un fuerte que resiste al tiempo con sólo dos supervivientes. Todas las dependencias cerradas. Ni sombra de los monjes. ¿Me voy? No me gustaría irme sin ver la iglesia de Toplou.
     Recuerdo entonces que al entrar he visto a una mujer en una sala del exterior. Le pregunto y me acompaña para abrirme las puertas. Ha tenido que dejar su tarea para acompañarme, estaba rallando una grandísima pieza de queso tierno. Camina a mi lado limpiándose los dedos en el delantal, me llega el olor suave del queso.
     Abre la puerta de la iglesia y regresa a su cocina.
    Cuando mis ojos se acostumbran a la penumbra, se me van revelando uno a uno los iconos. Justo frente a la puerta, apoyada en el iconostasio, una pintura del siglo XVI llama mi atención. Gigantesco icono pintado por Ioannis Kornaros. En lo más alto de la pintura una inscripción: “Señor, sois grande”; bajo el cielo falsamente añil se desarrollan sesenta y una escenas, cada una es una alegoría de los sesenta y un versos de la oración de la que el icono toma el nombre.
     Sobre la puerta de la iglesia está grabada la fecha de fundación del monasterio; data del siglo XIV. La historia de sus invasiones es casi paralela a la de Creta. Poco después de ser erigido, fue atacado varias veces por los piratas; en el siglo XVI los piratas y la orden de Malta se disputaban lo que del monasterio quedaba. En el siglo XVII, concretamente en 1646, fueron ya los turcos quienes acabaron de arrasarlo. Pero entonces los monjes habían aprendido ya a defenderse y se lo pusieron difícil a los asaltantes otomanos; ellos le dieron su actual nombre: TOPLOU, que en turco significa “con cañón”.
     
     Ahí podrían haber acabado las cosas, pero en Creta la historia forma círculos cerrados y está condenada eternamente a repetirse. En los años cuarenta, cuando tú estabas en Egina escribiendo para olvidar y hacer olvidar la oscuridad y la angustia, los nazis se apoderaron también de Creta. Las masacres de los alemanes en toda Grecia son parejas a las masacres de los turcos. Me pregunto por qué las Moiras, esas diosas caprichosas del destino, nos dieron tantas veces la espalda.
     Durante la ocupación nazi el monasterio fue un activo centro de resistencia y en una galería subterránea, usada ya durante el imperio otomano, había una emisora de radio que comunicaba a los hombres de la resistencia y a los aliados cuál era la situación de Creta. Los alemanes descubrieron la emisora y ejecutaron a los monjes. Al higúmeno que había entonces le atravesaron la garganta con varios disparos para que también en el más allá guardara silencio.
     Sagrada ensangrentada tierra de Creta.

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