Ιεράπετρα, 29-XII-2007

Ierápetra presume de tener solamente dos meses de invierno, de ser la ciudad más sureña de Europa y de ser el punto más cálido de Creta. Y, la verdad, creo que de poco más puede presumir. Ni rastro de la grandeza de su pasado. Continuos saqueos que han dejado una ciudad sin personalidad y que sólo puede sentirse orgullosa de su pequeña lista de récords.
      Me paro a comer aquí sólo por un motivo. Una vez me dijiste que aquí había vivido Madame Hortense. Cabaretera parisina que dejó todo siguiendo a los almirantes de las flotas aliadas, almirantes que un día quedaron subyugados por su belleza. Las guerras terminaron y los almirantes desaparecieron con sus flotas. La juventud de Madame Hortense se fue con los tiempos de las batallas y los almirantes la olvidaron en esta playa de Creta.
     Nada hay de nuevo en esta historia. Teseo también abandonó a la cretense Ariadna, en una playa de Naxos la dejó a merced de su suerte y el capricho de las olas. Suplicaba a los dioses y estos le ofrecieron lo único que a los mortales puede hacernos felices, la desaparición de la memoria. Ariadna tuvo suerte, si no quedó amnésica –el mito nada dice de este asunto-, al menos fue desposada por un dios, otra opción que tampoco está nada mal. Se casó con Dionisos y vive desde entonces en el Olimpo compartiendo eternidad con dioses siempre jóvenes.
     Madame Hortense tuvo un destino que en nada se parece al que bendijo a Ariadna. Los años la convirtieron, según me dijiste, en una sirena desdentada que a veces cantaba con voz rota los viejos éxitos de su cabaret del lejano París. Aquella voz, ese disco arañado de pizarra que sonaba en las noches de verano en su garganta; quién pudiera volver a escucharlo en esta tarde, como un rumor marino que viene desde lejos estrellado entre agua y rocas... Tú y yo, sentados frente al mar, bebiendo un vaso de ácido vino de retsina; guardando silencio para adivinar entre el oleaje la voz gastada de Madame Hortense.