Ofrenda

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domingo, 27 de marzo de 2011

Χανιά, 31-XII-2007

¡Tres horas para venir desde Iraklio! Un viaje eterno para recorrer apena unos cien kilómetros. El autobús mostraba una luz demasiado mortecina y las curvas del camino se unían a esa penumbra impidiendo que leyera. Como el camino se hacía eterno, he cogido el mp3 y he ido todo el tiempo dormitando y escuchando música.
     He necesitado una dosis de mi otra realidad, la cotidiana, la de días parecidos a sí mismos en la ciudad nueva que habito, en el país que rodea mi vida.
     Inevitablemente, abuelo, regreso al fado. Esta música que saca de mis escondrijos todos los dolores, que los trae a la superficie para dejarme espantarlos o volver a enterrarlos donde nadie pueda ni sospechar que existen. Es el dolor amargo y añejo del que hace días te hablaba. No la herida reciente del rebétiko, la herida mal cicatrizada que siempre duele, eso es el fado. Soy incapaz de sonreír mientras escucho fado. Hace tiempo sentí que el bouzouki, cuando regala sus notas de desgarro, era capaz de producirme un dolor casi físico. El fado representa para mí los sufrimientos más íntimos del alma.
     Durante todo el viaje llueve y, claro está, los dolores con la lluvia, como si fueran parte de los huesos, siempre aumentan. La saudade gobierna el universo que rodea mi espacio y se presentan ante mis ojos todos los fantasmas.
     Cuando suena Chuva rompo a llorar. El pecho se ha quebrado y trepan por mí garganta y mi boca hasta mis ojos todos los dolores que la voluntad y la química ocultaron. Lejos quedan los días en que este fado abría las puertas de la magia, las miradas cómplices, la urgencia por compartir cada instante de nuestro tiempo. Vivíamos días como si cada uno fuera el último de nuestra existencia y jugábamos a crear un universo en cada minuto, con claves y códigos tan personales que nadie podría jamás haberlos comprendido. Hoy ese universo creado con esmero y almendros es también un cadáver tragado por la tierra.
     Tomo la drástica decisión, la decisión definitiva (que sé desde que la tomo que no cumpliré) de alejar de mí todo sentimiento. Nuevamente pienso en ti, en la frase impresa en tu tumba. El dolor, el temor y la esperanza son una misma cosa. Ahuyento esperanzas con violentos movimientos, con velas y oraciones a Agía Anastasía. Que mis santos me protejan. Que mis santos me perdonen... y si es necesario que me condenen.

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