Ofrenda

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martes, 15 de marzo de 2011

¿Café o té?


La luz del sábado por la noche es una luz blanquecina y diminuta, un prisma IKEA que sólo ilumina con potencia el ángulo en el que está colocado; el resto del salón queda en penumbra. A su izquierda está el sillón de leer y sobre el sillón la claraboya y sobre la claraboya la eterna lluvia que comenzó el veintitrés de octubre y se regenera a sí misma en un constante ciclo de vapor y caída. La noche está fresca, apetece algo calentito, un té verde por ejemplo me vendría bien. Haruki Murakami, su sauce ciego y su mujer dormida son tan míos en la semana que sin que yo lo decida se vienen conmigo a la cocina, un libro cerrado bajo mi axila para que las palabras no se escapen y no se borre ninguna entre mi ausencia y la lluvia. Los gestos cotidianos. Sábado por la noche. Me escuecen los ojos, los cierro, los abro. Contemplo sin gafas el monótono y solitario vals del vaso de agua en el microondas. Todo es más lento en el silencio, todo es más lento en el humo discreto de una chispita despistada de hachís. Cuando el vals termina y nadie aplaude al intérprete, le premio regalándole una bolsita del Mercadona y a mi Cenicienta de vidrio le cambia el color de su vestido, se pone de sábado.
Y en todo el proceso el libro en la axila y la sensación de que el salón está ocupado, que hay alguien más y que antes de venirme a la cocina me ha dicho que prefería no tomar nada… ¡Es tan distinta la sensación de la presencia! A todos nos sucede algún sábado por la noche en la cocina. Preparamos un vino, un té, un tentempié, o hasta un tente-en-té, cualquier cosa improvisada con la mínima materia prima que queda en la nevera, ese sábado en que un amigo o una visita inesperada o un amante inesperado nos ha desbaratado la lista y la hora de la compra. Estamos solos en la cocina pero sabemos que no estamos solos en la casa, aunque no se escuche más que el silencio, aunque no haya ni un leve atisbo de movimiento ajeno. Pero la presencia se convierte en certeza muda que todo lo ocupa.
Eso sucedió este sábado. Durante el vals de la cocina sentí claramente que estaba acompañado, que alguien me esperaba sentado en el sofá y que en algún momento escucharía su voz: ¡Tardas! Quizás me gustó sentirlo, o más bien me empeñé en ello.
Con mi té verde continúo mis gestos rituales. Apago la luz de la cocina. La casa se queda a oscuras hasta que mis ojos ven la luz diminuta del pasillo. ¿Todos abrimos más los ojos cuando vamos a oscuras? ¿Todos arrastramos los pies para que el té o el café no se nos caiga? Yo creo que con el café con leche pongo más cuidado, seguramente porque mancha más… En el paseo ritual hay siempre un punto en el que se levanta la mirada: puede ser la puerta del salón o bien cuando ya he penetrado en él un par de pasos. Es ese el momento en que descubres la naturaleza de tu sábado, ninguna pista anterior ha servido de nada. De nada sirve el libro en la axila que durante todo el vals te ha dicho que estás solo y es sábado de lectura, de nada te ha servido comprobar que sólo llevas un vaso, un té, una cucharilla. En el salón no hay nadie. Pero por un instante, ¡joder, qué bien, qué acompañadito te habías sentido!
Te olvidas del tema, afinas los acordes de la lluvia, das un sorbo al té, te quemas ligeramente los labios, sueltas un taco, te tapas con una manta y le prestas tu voz a Murakami.

* El dibujo que mejora este texto es de Juan Luis, un buen amigo y artista que tienen un blog que no os deberíais perder: http://dididibujos.blogspot.com/

2 comentarios:

Juanlu (Luiyi) dijo...

Me encanta!...mientras lo leía imaginaba ya un dibujo...alguien con un libro bien apretado, pero no lo suficiente, las letras iban cayendo...

Un abrazo enorme!!!!

Juanlu (Luiyi) dijo...

Utiliza el dibujo, pa eso está...en breve te mandaré otro en color, vamos a ver qué sale...