Ofrenda

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sábado, 19 de marzo de 2011

Χώρα 'Ιου 29-Dic-04

Tengo que parar un momento dentro del coche porque necesito escribir esto. He salido del kafenío cuando ha dejado de llover, pero el tiempo en las islas es demasiado variable y tras un minuto de sol regresa la lluvia.
Me he refugiado en la terraza atechada de un bar cerrado en invierno. Un hombre mayor, que venía también en busca de cobijo, se acerca a mí y me dice:
-Como no podemos hacer otra cosa, nos hacemos compañía.
Me da un dulce preparado por su mujer, una especie de pasta con almendras, canela, clavo. Hablamos del tsunami, de los muertos, del destino incierto de la gente. Me da muchos datos y cifras; añade lo terrible que son estas riadas. Comprendo su incultura y por ello admiro su sabiduría. La gente de las islas es sabia gracias a su incultura. Están tan aislados del mundo que sólo tienen su razón y el olor del Egeo para ser sabios. ¡Que los dioses os conserven largamente este celestial conocimiento!
Al hablar del destino, hablamos de Dios. Le pregunto por qué las iglesias están cerradas. Me da la explicación que suponía: desde que llegaron los albaneses faltan objetos de valor en las iglesias; iconos antiguos, candelabros, dinero… Me voy de la Jora sin encender velas, pero con un sentimiento de paz y un agradable sabor a canela y clavo en los labios. El sabor de una conversación en griego.
Cuando la segunda lluvia se ha detenido, me acerco al coche pasando por el único edificio neoclásico de la Jora. Creí que sería la antigua escuela, pues enfrente había un gran patio. El edificio es casi una despintada ruina. Al bordearlo me encuentro con la sorpresa, un chico y una chica, un aquel interior bien iluminado, con batas y guantes blancos, completan fragmentos de cerámicas antiguas. Hay cajas enteras llenas de óstracas y los dos improvisados cirujanos unen pedazos de historia y barro.

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