RódoV, Xenodoceío Ermh’V, 26 – XII – 2008
Apenas he dormido media hora cuando me despiertan unas voces desde la calle. Me pongo algo de ropa y me asomo. Pienso, aún aturdido de cerveza y sueño, en una disputa cotidiana.
No hay ninguna pelea, todo es más cotidiano de lo que parecía. Dos mujeres de edad avanzada hablan del halvás que en Navidad preparaban sus madres e incluso sus abuelas. Voces gritonas y frases llenas de muletillas en griego: buena mía, cristiana mía, mamita mía...
Este verano, estando en Paros, una parte de mis compañeros se acercó una tarde a Pródromos. María intentaba explicarles como era el pueblo; sin coches, sin el follón habitual de agosto y con las señoras sentadas en las puertas y saludando a todo el que pasa. Para describir esto último, María imitó a las ancianas. Al despertar de mi siesta la he tenido presente. La conversación del halvás tenía los mismos tonos que usaba entonces María. Mentalmente y en la distancia le entrego el premio Károlos Koun a la mejor interpretación del verano.
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