Ofrenda

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lunes, 4 de abril de 2011

LEVÁNTATE Y ANDA


Aqh’na, 22 – XII – 2008

Clac-clac. Clac-clac. Cansados de avión se recolocan mis huesos malheridos y sobrecargados. Contorsionistas desentrenados que se liberan de un espacio reducido. Clac-clac. Las vértebras van recuperando su verticalidad y los muslos se desentumecen. Larga espera, la maleta se retrasa. Hay un movimiento excesivo en el aeropuerto de Atenas. La noche ha caído ya, fuera de su tiempo, creí que llegaría de día, pero en Barajas ha habido una hora de retraso.
Salgo a esperar el autobús, dejo pasar el primero porque tengo tantas ganas de fumar que enciendo dos cigarros casi seguidos. El siguiente bus tarda y me enciendo un tercero. Clac-clac. Subo la maleta. Clac-clac. Me siento al lado de una mujer negra que no habla griego y no parece conocer Atenas. Cada cierto tiempo me pregunta por Syntagma Square; intento explicarle que es la última parada, que esté tranquila. Pero ella sigue preguntando y yo me aíslo de su insistencia poniéndome el mp3.
El tráfico es muy denso y llueve, hace frío y corre helado el viento. Quiero llegar al centro y comprobar si es cierto todo lo que estos días han mostrado los periódicos y los telediarios. Quiero saber si es cierto que voy a encontrarme con una Atenas malherida.
En Syntagma todo parece en calma. La misma animación callejera de las Navidades anteriores y el mismo árbol ostentoso en el centro. Nada indica la cercanía de la revuelta.
Clac-clac. Cojo la maleta y subo caminando por Stadíu hacia Omonia. Algunos escaparates rotos y la fachada del Banco Nacional con manchas de pintura roja. Bajo la fina y ligera lluvia los compradores apresurados.
Por fin llego al Amaryllis, me equivoqué al hacer la reserva por internet y sin quererlo me instalé en un hotel que recuerdo cutre. No importa, estoy tan cansado que hoy podría dormir incluso en un banco de Omonia.
Clac-clac. Me tumbo un rato en la cama. Clac-clac.
Cierro los ojos aunque no tengo intención de dormir. Me apetece salir a pasear un poco por esta Atenas extrañamente helada. Un cigarrito y me levanto.
Clac-clac. Mis huesos tardan en levantarse más que yo. Como si su resurrección necesitara una orden más convincente que la que doy a mi carne. Son la parte de mi cuerpo que con mayor fidelidad se asemejan a cadáver al que me acerco con los años.
Abrigado con este gélido pensamiento salgo a la calle. Clac-clac. Y paseo. Y clac-clac. Y paseo.


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