Ofrenda

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lunes, 4 de abril de 2011

PASIONES Y OBSESIONES


Aqh’na, 23 – XII – 2008

La lluvia de anoche se ha ido con la luz del alba, pero nos ha dejado el frío como resguardo, recordatorio de su presencia.
Desayuno frugal en el hotel, desayuno incluido en el precio y en consonancia con las instalaciones. Café clarito, zumo de polvos con sabor a naranja, jamón y queso sobre una rebanada de pan algo duro. Es suficiente.
Después del desayuno una ducha y una visita a las librerías del centro de Atenas. Biblía gia ólouV, EleuqeroudákhV, Kauffman. En cada uno de mis viajes a Grecia me acompaña, por lo general, una idea; la idea que de tanto acompañarme se convierte en obsesión. A esa obsesión me gusta cambiarle el nombre y llamarla pasión. Ahora la pasión se llama Soti Triandafylu, o traducción, o griego recuperado. La nueva pasión me lleva a María, a mi ángel de 2008 al que cuento mis historias de ángeles. María me ha invitado a hacer real el más antiguo de mis sueños: traducir una novela, cambiar el lenguaje de un fragmento de la literatura griega y abrir puertas a las palabras. Un razonamiento rápido y lógico me lleva de María a Paros, de Paros a Dionisía. Es posible que me llame y no me apetece nada recibir su llamada.
Mi viaje navideño a Grecia es mi viaje en soledad, el viaje más intenso y sagrado de los que se suceden a lo largo del año. No quiero en estos días más compañía que la de la memoria y sus ecos. Por otra parte, la llamada de Dionisía me comprometerá a decirle una verdad que ella no quiere escuchar. Insistirá en que traduzca su novela y ese trabajo está en las antípodas de mi ilusión y mi deseo.
Dionisía me lleva a Paros. Días de calor en una habitación con vistas al infinito. Días de calor en una biblioteca con pocos libros y muchos ventanales que dejaban entrar con la misma fuerza la luz y los alaridos en un idioma de chicharras. Los rostros extraños que en pocos días se convirtieron en cotidianos y familiares. Tardamos poco tiempo los humanos en reconocer voces, olores, pasos y ademanes. El paso de los días y los meses se encargan luego de borrar la intensidad de los recuerdos. Entonces es la intensidad del olvido la que deja en nosotros sólo las imágenes y los sonidos que una voluntad oculta va seleccionando.
Paros fue la última estación del verano. A primeros de julio, y con el alma de luto por la muerte de Concha, los pasos me llevaron a Budapest, a tardes lluviosas sobre los puentes y unas hojas secas que danzaban en remolino en un soportal lleno de basura. Llamé a David para describirle cada giro, cada vuelo circular de los papeles y las hojas secas en un repentino otoño que se llamaba Julio, o Verano, o Nube. Con la misma intensidad recuerdo el calor abrasador de Siria sobre mi frente, sobre las columnas naranjas de Palmyra. Un autobús diminuto, polvoriento y lleno de colores que me llevó a la aldeíta de Maaloula.
Una semana después de volver de Siria me vine a Grecia cargado de temores. El calor de agosto los fue disolviendo, como si mis temores fueran un cubito asimétrico de hielo. Primero curvó y dulcificó sus aristas y más tarde lo convirtió en un diminuto charco condenado a evaporarse.
Ahora Paros va borrando otro Paros anterior con frases ingeniosas, voz de Claudia, humor de Francis, ojos ausentes de Alex.      
Y María.


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