He recorrido las calles de Brasov palpándolas con los ojos. He entrado en todas las iglesias ortodoxas y en la catedral he encendido velas, varias velas, muchas velas. Pido a mis santos de rostros serios que me envíen señales y en la tarde se ha desencadenado una tormenta. No se han quedado mudos, con cuánta claridad han hablado.
Ahora el tren avanza entre agujas de lluvia, cae la noche, y no se me ocurre un paisaje más nostálgico.
Transilvania, 11 de julio de 2011
Justo al llegar a la estación de Bucarest, cuando me disponía a bajar del tren, el viajero que ha venido frente a mí me ha dicho en un correcto español cuajado de acento:
—Tiene usted los ojos de ser el hombre más triste del mundo.
No he respondido nada. Y, si hubiera tenido la intención, habría preferido hacerlo en rumano.
Bucarest, 11 de julio de 2011
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