Ofrenda

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jueves, 27 de octubre de 2011

Ciudades



Nos alejamos de las ciudades como si no fuesen nada nuestro, como si al abandonarlas ellas tuviesen la única opción de instalarse en nuestro pasado, cómodas y adormiladas, invariables. Nos alejamos de las ciudades sin ser conscientes de que esas ciudades son tan nuestras como nosotros hemos sido suyos durante días o instantes. Cada ciudad se almacena en nuestro pensamiento con la misma fuerza que cualquiera de las experiencias que hayamos vivido. Se pegan a nosotros y nos acompañan a ciudades nuevas. Todo lo que hemos visto, vivido, oído, degustado y olido, todo lo que hemos visitado, incluso lo que hemos dejado de visitar, formará para siempre parte del equipaje que ha de acompañarnos. Un equipaje siempre necesario aunque ya no volvamos a partir hacia ningún lugar, a ninguna otra ciudad.
Exigimos a las ciudades que nos sorprendan, y si no lo hacen nos negamos a vivirlas. Hemos coleccionado objetos y fotografías de las ciudades sin saber que lo que realmente nos va a acompañar de ellas es algo intangible.
Hace unos días, en Hanoi, fui a comprar unos auriculares que debían servirme, aunque no fue así, como micrófono para mis largas conversaciones. En la tienda diminuta se almacenaban los objetos. Nadie hablaba inglés y yo tampoco sabía manejarme en algún idioma que a ellos les fuese comprensible. Señalé y sonreí; comprendieron y sonrieron. Por la tarde entré a por agua en una tienda donde dos mujeres cocinaban fideos de arroz. Tampoco nos comprendimos, pero salí de la tienda con mi agua y muchas muestras de cariño de las señoras que me pellizcaban las mejillas y se reían al ver a un extranjero tan alto. Se tuvieron que aupar para alcanzar mi escaso metro setenta.
Alteré su vida un instante y toda alteración provoca un cambio en el rumbo de las cosas. Alteraron mi instante y hoy recuerdo más aquellos rostros que los detalles que había en la Pagoda del Perfume.
Paseo por mercados abarrotados de imágenes que en un futuro no muy lejano confundiré. Los perros asados de Hanoi, la pitón despedazada y pelada de Lao Cai; la fruta deliciosa y apestosa de Hue. No sé si alguna vez volveré a reubicar cada objeto en su ciudad y dentro de cada ciudad no podré ordenar nunca los instantes.
En mi vida hay ciudades que decidieron comprarse un billete de ida y vuelta. No fui yo quien eligió que así fuera. Ellas tienen su propia voluntad y regresan a mí cuando lo desean. Lisboa, Atenas, Nápoles, Varsovia… Ciudades que se presentan ante mí cuando así lo deciden.
Otras veces las busco y no encuentro su paisaje, sus calles y sus sombras parecen terrenos vedados a mi memoria. Es entonces cuando necesito recurrir a ti, a tus colores, a tu olor y tu textura para regresar, sin viajar, a las ciudades.
Cuando te sientas a mi lado, cuando duermes cerca de mí, hundo mi mano en tu pelo y el desorden espeso de tus rizos me lleva al tráfico de Nápoles. Las motos que se cruzaban con mis torpes pasos de baile improvisado entre Via Monteoliveto y Spaccanapoli.
Si añoro Varsovia, la ciudad sin cuestas, las calles de pendientes más suaves, no tengo más que recorrer la llanura lisa de tu espalda; intentar con mis dedos en tu piel algún nocturno mal tocado de Chopin.
A veces he paseado por Lisboa con los ojos cerrados. Conozco bien sus calles, sus aceras con agujeros y sus baches, las trampas mortales que son a veces los raíles de los tranvías. Suenan fados en Alfama y el Barrio Alto y necesito cerrar los ojos mientras respiro el aire del mar. Cuando te beso, con los ojos cerrados, se convierte tu boca en la sepultura de mis gritos de fado. En tus labios olvido el dolor de mis cantos y en ellos me pierdo de manera voluntaria por Mouraria.
¿Y Atenas? Hay una imagen de Atenas que siempre tengo en mente. A la sombra del Partenón miro hacia el sur y puedo ver el brillo más azul del mar Egeo. Miro al norte y el verde de los bosques del Himeto me oculta las montañas de Tesalónica; más allá, mucho más al norte. Cuando te miro de frente y tus ojos se abren, cuando deshago tu sueño con un zumo de naranja al borde de mi cama, Atenas se me muestra tras tus párpados. Y recorro sus bosques y me baño en sus aguas y pienso que entre Atenas y tú, la elección está clara.
Y sé, que si me olvido de ti, morirán tras un mapa de luto todas esas ciudades.



1 comentario:

Juanlu (Luiyi) dijo...

Encantado de encontrarte de nuevo maestro...quizás ocurra lo mismo con los amigos que con las ciudades, estaré atento en el próximo beso...

Un abrazo!!!