No tengo santo ante el que arrodillarme
ni un candil en un cielo vacío
no tengo sol ni estrellas ni luna
para cantarles un primero de mayo.
Prevelis, 4 de enero de 2012
Me levanto temprano, a las seis y media, para ver el amanecer en altamar. No sé si en Grecia se puede hablar exactamente de altamar; navegamos entre islas y casi nunca perdemos de vista algún fragmento de tierra que se obstina en salir a la superficie.
El cielo es una mezcla de grises metálicos, rojos incandescentes y naranjas contaminados.
Recuerdo nuestro primer amanecer juntos. La luna intentaba prolongarse más allá de su tiempo asomada a tu ventana. La luz, más naranja que esta de hoy, se colaba por las cortinas de tu casa y dibujaba sobre tus sábanas las formas diminutas de tu cuerpo. Yo atrapaba cada imagen con ansiedad y miedo, temiendo que aquel amanecer nunca se repitiera.
Pero vinieron otros después. Muchos amaneceres adherido a tu piel. Ya no sé si la luna volvió o no a ser testigo de alboradas llenas de encuentro. No la echaba de menos. Quizás faltase o siguiese siendo testigo mudo e indiscreto. A mí ya sólo una presencia ajena a nosotros me importaba, la del aroma de tu magia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario