Ofrenda

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lunes, 28 de marzo de 2011

Αθήνα, 2-I-2008

Cuando llego a Atenas en el primer día del viaje me entrego enardecido. Nos amamos, nos fundimos en piropos y decenas de besos en los ancianos labios. Cuando estoy lejos, muy lejos de Atenas, me enciende la pasión cualquier recuerdo, cualquier imagen de mi amante. Luego la abandono durante un corto tiempo; recorro islas, ciudades, montes y llanuras de Grecia y Atenas entonces no existe.
     Pero regreso invariablemente a ella. Ese reencuentro es siempre doloroso, en esa visita segunda siempre odio la ciudad que se ha hecho vieja entre sus guerras y el peso de su gloria antigua. Es la misma puta que año tras año me ofrece sus encantos, me cautiva, me enreda y me deja marchar más tarde sin dolor en su gesto o promesas de recuerdo.
     El regreso a Atenas siempre me irrita. Me parece destartalada, asfixiante, antipática, ruidosa, caótica... Es decir, me parece todo lo que me parece cuando soy un recién llegado y aún la amo.
No, no es Atenas la que ha cambiado, tampoco he sido yo, sólo ha cambiado el tiempo del encuentro. La segunda visita es la antesala del regreso a mis días de exilio y añoranza. En la lejanía la recordaré siempre como la puta bella y joven que es en el primer encuentro de cada viaje. Esa puta que esta noche se ha perdido.
     Se va la luz del hotel y me marcho a pasear las calles conocidas. A veces, en los viajes a Atenas produce en mí una ansiedad extravagante por la falta de tiempo para repasar lugares e imágenes.
Me adentro en Psirrí, el barrio está lleno de calles con los nombres de nuestros antepasados más eternos: Sócrates, Aristóteles, Eurípides... Al pasar entre Eurípides y Sófocles pienso en la grandeza del teatro antiguo, pero lo veo ahora de una manera completamente distinta. Nuestros antepasados más lejanos no inventaron la tragedia, sólo fueron profetas incomprendidos en el tiempo en que vivieron y en los siglos posteriores; aún no hemos comprendido que lo que nos contaron no eran leyendas de sus dioses y héroes desaparecidos. Nos estaban relatando la fortuna de los futuros hijos de  Grecia.

     Medea no mata ya a sus hijos para salvarlos de un destino cruel a manos de Creusa. Medea mata a sus hijos arrojándolos al vacío desde lo alto de la Acrópolis. Los turcos esperan para atraparlos como presas indefensas y sencillas. Las Medeas de Atenas se lanzan al vacío tras sus hijos y sólo la intervención del icono sagrado de la Mitrópolis consigue salvar la vida de un puñado de mujeres y niños.
Edipo cumple la vieja maldición del oráculo y mata a su padre, pero su padre ya no es Layo, rey de Tebas. Ahora el padre es un campesino de las tierras de Creta. Cuando los Edipos eran niños, los turcos los arrebataron de los brazos de sus madres, los educaron en la vecina Anatolia como feroces soldados y luego los devolvieron a Creta para que mataran a sus supuestos enemigos. Como la crueldad turca no conocía límites, una vez que los Edipos habían ejecutado, torturado, violado; los soldados otomanos les rebelaban sus verdaderas identidades y las de aquellos a los que habían asesinado, les indicaban quienes eran sus padres, hermanas, o las que podrían haber sido sus esposas en un tiempo de paz.
     ¿Cuantas Troyanas hubo en Grecia? ¿Cuántas Antígonas?
    Esta tierra, abuelo, está condenada a girar alrededor del sol, condenada a repetir idénticos los ciclos con sus días y sus noches, sus vivos y sus muertos, sus lutos y su sangre.

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