Ofrenda

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lunes, 28 de marzo de 2011

Αιγαίος, 2-I-2008

Despegamos del aeropuerto de Jañá, su nombre es también el de un héroe cretense, Daskaloyannis.
     He cogido un taxi en el centro de la ciudad y con él atravieso la península de Akrotiri hasta llegar al aeropuerto. El conductor ha tenido el detalle de poner la radio. No me apetecía hablar con nadie. Me entristece dejar nuestra casa para seguir exiliado buscando otros hogares de tierra en tierra.
     Otro aeropuerto. Maletas, tiendas de recuerdos, colas, esperas, precios abusivos, rostros que observan y son observados en el aburrimiento tedioso de salas impersonales.
     Me siento un rato en el exterior a dibujar mentalmente la fisonomía de mi bisabuelo, imaginar sus gestos y el olor de su cocina. ¿Seguirá el viejo olivo frente a su casa? Los olivos de Creta me dan una idea aproximada de lo que la eternidad significa. Cuántos frutos, cuántas hojas muertas desde el suelo, en forma de savia, son hojas renacidas. Cuántos brazos de mujeres y hombres vareando siglo tras siglo las mismas ramas. Invasores, guerras, periodos cortos de paz, terremotos. Creta hinchando su ya saciada panza de cuerpos y más cuerpos de los muertos; pero el olivo seguirá intacto, contemplando en silencio el devenir del tiempo.
     Al subir al avión, desde la ventanilla, miro con dejadez y melancolía presentida los contornos de los Montes Blancos; más allá la también nevada cumbre del Psiloritis... La nieve se ha hecho con el atardecer una capa de metal dorado y naranja.
     Asciende casi vertical el avión, salvando la salvaje geografía. Me duelen los ojos por la intensidad de las formas. Montes abruptos, valles fértiles, ciudades asomadas a las olas. Atravesamos una fina capa de nubes. Creta desaparece. No sé si se la ha tragado el cielo, no sé si se la ha tragado el mar; sólo sé que ante mis ojos ha desaparecido Creta. La orgullosa cumbre del Ida se resiste un instante, mástil obstinado del bajel que se hunde.
     Atravesamos un cielo del color de la noche y creo que Creta ha sido sólo un edén imaginado por mí, el lugar en que quiero refugiarme.

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