Ofrenda

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viernes, 25 de marzo de 2011

Αιγίνα, 25-XII-2007

     Decido regresar a la capital. Camino un trecho hasta encontrar un taxi. Me deja justo frente a la casa amarilla del puerto; la casa que la prima Anguelikí decía que se había puesto amarilla por el sol y el tiempo.
     Paseo por las calles que pisaste hace años, por calles que yo también pisé. ¿Nos llevarían nuestros gustos al mismo kafenío? Yo solía ir a ese del puerto que tiene las paredes pintadas de verde. También he pasado por la lonja de pescado, hoy cerrada, y he comido bajo una parra con restos de hojas cerca de la iglesia. Comida frugal y poco navideña cerca de una familia española que teorizaba a voces acerca de las costumbres griegas.


     El kafenío hoy también está cerrado y lo lamento mucho. En él siempre estoy lejos de las voces de los turistas. Me meto en este otro del puerto con un espantoso nombre: Tropics. Cuatro jóvenes japonesas se ríen a voces en una mesa mientras otras tres comen con mucho ruido en la de al lado. Perdona, abuelo, sé de tu cercanía con Japón, ese país que tanto te atraía, pero no compartimos en esto ni admiración ni simpatía. Tal vez tus japoneses, como tus griegos, han cambiado mucho en estos años; como lo han hecho en mis años nuestros griegos y mis españoles.

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