Ofrenda

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sábado, 26 de marzo de 2011

Ξενοδοχείο Κρόνος, 27-XII-2007

El viento ha cambiado repentinamente de dirección y fuerza durante mi siesta. En poco más de una hora ha traído noche junto a invierno. Me asomo al balcón con el sabor denso del sueño aún en la boca. Enciendo un cigarro apoyado en la barandilla y miro ese amenazante mar gris que me observa y me interroga, desconfiado. El Egeo suave y azul de la mañana se ha esfumado en algún punto equidistante entre el viento frío y mi sueño.     
     A la derecha está la fortaleza veneciana. La antigua Rocca al Mare. Ya no la miro como antes. Ahora, con tu presencia cercana, sólo pudo pensar en la condena de los cristianos abandonando su fuerza y su aliento en húmedas estancias oscuras y diminutas golpeadas por un mar que entonces debió ser tan gris como el de este día.
     Cierro los ojos tras una calada profunda al cigarrillo y alejo de mí este Egeo que me oprime con recuerdos amargos. Pinto en el interior de mis párpados un Egeo claro y brillante y borro de la memoria la fortaleza ensangrentada por los turcos y juego a poner en su lugar un barco antiguo.
     Es el barco del príncipe Teseo. Puso su pie en tierra en este mismo lugar, frente al balcón del hotel. Vino a acabar con lo que entonces era el azote de Creta, el demoniaco Minotauro que durante años amenazó esta tierra, siempre tan herida.
     ¿Fue el Minotauro un castigo de los dioses por un error de Minos? ¿Fue nuevamente una maldición por haber quebrantado el orden? Nuestros dioses antiguos eran demasiado caprichosos con el destino de los hombres. Enviaban a nuestras tierras terribles monstruos casi invencibles. El hombre-toro de Creta, la serpiente de nueve cabezas del Peloponeso, las gorgonas del Egeo... Pero también nos enviaban un salvador, nunca nos llegaban a abandonar del todo; enviaban un héroe destinado a terminar con la maldición. Siguiendo la tradición mediterránea, el dios cristiano nos envió a su hijo. El Mesías es parte de una antigua saga de héroes míticos, de pactos entre dioses y hombres. El dios que maldice y condena envía luego un héroe para reconciliarse con el hombre. Esta idea tan humana, tan cristiana, de la culpabilidad, esta manera de arrepentirse, se la hemos puesto en la esencia a nuestros dioses inmortales.
     Cuando los dioses de Olimpo se marcharon, llegaron otros dioses. Dioses de dolor y muerte. Santos cristianos oscuros y ceñudos suplantaron los esbeltos cuerpos desnudos. Los nuevos dioses oscuros llegaron a una tierra que lentamente se consumía a sí misma en luchas fratricidas o extranjeras. También vinieron a Creta los dioses nuevos que nos trajeron nuevas cargas; pero olvidaron durante siglos enviarnos héroes pactados. Algunos de los héroes que tuvimos fueron nuestros mortales, hijos de este vino y la luz de agosto. Hombres cargados de impotencia y fiereza, desprovistos de los poderes mágicos de los héroes antiguos, de los mesías.
     Intentaban en vano expulsar monstruos malditos. Intentaron cortar las cabezas de la Hidra; pero acabaron entregando su alma entre toses, vómitos y gélidos suspiros en las mazmorras de la fortaleza que se asienta en el lugar exacto donde Teseo desembarcó un día para liberar del horror a la sagrada y sangrante tierra de Creta.

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