Ofrenda

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sábado, 19 de marzo de 2011

 Φιρά, 28-Dic-04

Hay determinadas cosas que hacen que uno sea plenamente consciente de que está en Grecia. Aún sigo en Santorini. Hoy mi destino se ha tropezado con el carácter griego y no me ha permitido ir a Folégandros, otra vez será. Hay ciertas islas de este país que el destino me tiene vetadas; una de ellas es Folégandros, otra es Ítaca, otras Kastelórizo y Kárpathos.
Me he levantado muy temprano, el barco salía a las nueve y media y el autobús que debía llevarme hasta el puerto de Athiniós salía de Firá a las ocho. Como dejé la maleta preparada ayer por la noche, me he levantado a las siete para tomar algo antes de fumarme un cigarrillo y poder ducharme antes de salir.
A las ocho menos cuarto estaba ya en la recepción del hotel, con todas mis cosas. Quería pagar la cuenta e irme. He estado allí sentado hasta las ocho y veinte, leyendo revistas viejas y viendo alejarse las posibilidades de coger el autobús. Harto de esperar he subido a la habitación y he llamado a recepción por si el teléfono estaba también conectado a la casa del dueño del hotel. Nada. Me armo de paciencia hasta que alguien, pasadas ya las nueve, da señales de vida. A esa hora me traen el desayuno. En lugar de rechazarlo y quejarme, acepto el desayuno y el destino tal como llega, en forma de dulces matinales. Saboreo la vida contemplando el volcán. El desayuno estaba también bueno. No sé que motivo habrá, pero compruebo nuevamente que los dioses no me permiten, al menos de momento, ir a Folégandros. Repito, tranquilamente, un café ante el televisor y decido bajar más tarde a recepción.
Son casi las once. La amabilidad y la sonrisa del recepcionista me hacen olvidar su informalidad. Tomamos juntos un café (¡tercero ya!) y tras la conversación me dirijo a los dos museos arqueológicos de la capital.
El primero abarca mil años de historia de la isla, desde el 2.700 al 1.700. Las mayores sorpresas han sido los recuperados frescos de Akrotiri, las cerámicas con sus estilizadas golondrinas y, sobre todo, una barroca mesa de tres patas en forma de garras, la mesa era del siglo XVII a.C. ¡Qué impresión!
El segundo museo, con objetos de entre el siglo XVII a.C. y II d.C., ya lo conocía, me resultaba entrañablemente familiar.
Paseando por el borde de la Caldera me voy despidiendo de las casas, los colores, las sombras y mis siete gatitos adoptados estos días. Y antes de venir a tomarme el último café en Santorini (ya van cuatro), compro mi billete para Íos. ¿Qué me regalará hoy la parca? El pasaje me ha costado 7,77 euros, dejemos obrar a los números.
En la mesa que hay a mi derecha unos hombres conversan apasionadamente, a la griega. Su conversación es sobre negocios, dinero y proyectos futuros. Conversación típicamente helena. Comerciantes por naturaleza, los isleños no dejan un solo momento de hacer números y cábalas entre café y café.
En la mesa de la izquierda, tres hombres bastante más jóvenes, uno de ellos con un bebé en los brazos, hablan de palabras, diccionarios, raíces y parentesco entre vocablos. Discuten sobre el posible origen común de ιερός, ιερέας y γέρος(1).  También esta es una conversación típicamente griega.
Por la calle, de pronto, pasa una mujer bellísima. La única conversación que se detiene es la filológica. Filosofía y erotismo dándose la mano. Volvemos a los viejos tiempos.
Ninguna iglesia abierta, ninguna vela encendida en Santorini.
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(1) Ierós, ieréas y yéros (sagrado, sacerdote y anciano).

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