Ofrenda

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domingo, 27 de marzo de 2011

Αγία Βαρβάρα, 30-XII-2007

Al séptimo día descansó Dios, se echó a dormir en algún rincón oculto de su particular Olimpo y olvidó despertarse en el octavo día. Entonces otros dioses menores y perversos tomaron su lugar y dictaron las leyes de Creta. Sobre esta barca vieja abandonada en el mar a su pobre suerte, náufraga entre tres continentes, envidiosos de su invariable belleza, sobre esta barca vieja los dioses nuevos vertieron maldiciones.
     En el siglo recién acabado la maldición tenía forma de guerras. En el siglo XXI la maldición ha caído sobre las carreteras. Los nuevos dioses dijeron al unísono: Aquí está lo que esperabais, la Autovía. Y los cretenses se lanzaron a ver el nuevo milagro que unía las cuatro ciudades del norte. Regalo envenenado, manzana de Paris. Les dieron la autovía y les negaron los accesos. La miraban como Tántalo miraba las manzanas en el Hades.
     Otra vez hablaron los dioses: Disfrutad de los regalos, de los dones entregados. Y de nuevo los cretenses fueron a la carretera e hicieron a su antojo vías de acceso y cruces para poder usar la nueva autovía. Pero los regalos malditos son sólo eso; viejas trampas, cajas de Pandora.
     De Myrtiá quiero ir directamente a Réthimno, aprovechar la tarde, visitar el monasterio de Arkadi. Invariablemente los caminos me llevan de nuevo a Iraklio. La ciudad hasta ahora acogedora y con la bendición de tu sombra se convierte al medio día en una trampa mortal. Dédalo ha diseñado hoy sus calles y los irakliotas han tomado la decisión de invadir las estrechas callejuelas del laberinto con sus coches y sobre todo con sus bocinas. Ellos saben bien donde van, yo no. Miles de minotauros para un solo Teseo, el mito no se justifica.
     En toda la ciudad no hay ni una sola indicación de la salida hacia el oeste, pero en todas las esquinas aparece el flamante cartel verde que dejaron los dioses del siglo XXI: NUEVA CARRETERA NACIONAL. Sigo, confiando una y otra vez en las señales, las flechas. Todo es una trampa de Minos. Veo muchas veces la autovía, pero es imposible, al menos para mí, entrar en ella.
     Sin que pueda explicarme el fenómeno, observo como los cretenses han tomado un carácter extraño al volante; un carácter escandaloso y agresivo que manifiestan con bocinazos y frenazos violentos. Nervioso, decido tomar alguna carretera hacia el sur en vez de hacia el oeste. El sur sí está indicado y Réthimno parece esconderse como si fuese una ciudad que yo he inventado y a la que no voy a poder llegar nunca.
     De repente me siento mal, muy mal. Mareado y nervioso. Ya hoy no me he levantado bien, pero el encierro en la ratonera por más de una hora ha ayudado mucho a desequilibrar mi salud y mis nervios.
Hago terribles esfuerzos por mantener la calma. Siento mucho calor por todo el cuerpo pero mis manos están heladas. Conduzco con precaución hasta encontrar un camino en medio del campo y despejarme. Me resulta urgente, cada vez me siento peor, se me nubla la vista.
     Al fin un camino se abre a mi derecha. Avanzo unos metros, detengo el coche en un descampado y tengo el tiempo justo para abrir, salir del coche y vomitar. No había comido nada en todo el día. Un par de cafés con leche en la mañana, el de los monjes y otro en Myrtiá. No queda ni bilis en mi cuerpo, me lloran los ojos, moqueo; todo se torna desagradable y me siento muy solo en mitad de Creta. Solo y triste, muy triste. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan mal y vuelve a aterrarme la idea de la fragilidad del cuerpo.
     Pienso en hacer varias llamadas telefónicas para que mi soledad no se agudice. Una voz conocida en ese páramo de fiebre. Al final no llamo a nadie. Una llamada en ese momento sólo contribuiría a preocupar a quien la recibiera y, si bien yo me hubiera aliviado, la reacción hubiera sido muy egoísta por mi parte.
     Pongo horizontal el respaldo del coche e intento dormir. El sabor de mi boca es muy desagradable. Creo que tengo fiebre; me toco la frente, pero el hielo de mis manos es tal que hoy hasta un pedazo de metal rescatado de un pozo me hubiera parecido un cuerpo febril. Cierro los ojos y mi debilidad se apodera de mí y me duerme.
     Continúo mi camino hacia el sur. A derecha y a izquierda señales tentadoras: Monasterio de Vrondisi, Gortyna, Palacio de Faistós. Paso de largo, como si no los viera. No quiero detenerme, sólo llegar a Réthimno y descansar.
     Gracias a Dios el tráfico es poco, aunque los escasos coches que encuentro llevan en la frente de sus conductores el estigma del suicida. Adelantan cuando hay doble línea continua, en curvas y cruces. Ya que ellos diseñaron los senderos del engaño de los nuevos dioses, pueden usarlos de la manera que les parezca. Me siento irritado con todos, quiero detenerme en cualquier sitio y descansar, dormir hasta que se esfume la debilidad y el terrible dolor de cabeza que durante todo el día me martiriza como un galopar de cien caballos salvajes que recorren mi nuca y mis sienes.
     Pero confío en ti, sé que de alguna forma me acompañas y en tu dialecto cretense me dices “όρτσα”(1). Entonces continúo, a pesar de mis fuerzas en esta tarde. Necesito llegar a Réthimno.
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(1)¡Adelante!

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