Ofrenda

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domingo, 27 de marzo de 2011

Una gasolinera  30-XII-2007
 
Me quedan unos quince kilómetros para llegar a Réthimno, pero decido parar en esta gasolinera aunque no le hace falta a mi depósito.
     El motivo de mi parada es que va cayendo la noche y con la proximidad de Réthimno el tráfico es más denso. Como la noche no es aún del color del abismo, los cretenses no encienden las luces. Adelantan a oscuras en esta carretera estrecha y sin líneas pintadas que ellos, como sus nuevos dioses, han convertido en autovía. Circulo a una velocidad normal, acaso excesiva para una carretera de estas características, pero ellos me van empujando al arcén para poder adelantarme. Y todo, está claro, sin luces.
     Maldigo una y mil veces el carácter cretense y me entristece el deterioro de la fiereza antigua que se ha convertido en una bravata improductiva. Quizás nuestra sangre es excesivamente ardiente y necesitamos un enemigo contra el que luchar, un motivo, un objeto contra el que emplear nuestro fuego y nuestro hierro. Ahora que vivimos por fin en paz no hemos sabido canalizar nuestra fuerza y el enemigo somos nosotros mismos. Sin un opresor al que aniquilar, decidimos aniquilarnos entre nosotros. No me parece una mala solución el suicidio como eliminación de la violencia, pero no es justa la decisión de la muerte de otros.
     En fin, abuelo, puede ser que exagere en mi forma de expresar lo que hoy sucede, pero es que creo que al final toda lucha por la libertad no es más que una lucha estéril y que los pueblos liberados toman de sus opresores dones de salvajismo. Bueno, pensamientos confusos y que sigo con fiebre.
     Entro a la tienda de la gasolinera a por una botella pequeña de agua. Sorpresa para mis ojos, me atiende el Príncipe de los Lirios. Toda su juventud y su belleza, su cabello negro, sus ojos rasgados hasta poder verlos desde el perfil... Me hace gracia la pervivencia de la raza minoica y me pongo de buen humor. He llamado a Ramiro.


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