Ofrenda

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miércoles, 16 de marzo de 2011

Caldera, 25-Dic-04.

Renovado espectáculo de la puesta de sol. ¿Qué pretenden los astros entrando y saliendo desde un mismo horizonte? ¿Acaso este ocaso eternamente repetido buscar perfeccionar la belleza día a día? En los lechosos muros encalados las sombras resuenan en un eco de tonos verdosos y me sorprende no haberlo visto jamás antes.
Ahora esta sensación de libertad es mucho más densa que mi silencio de meses. Esta es la renovada libertad que me invita a seguir amando, sin contar con tu voluntad, sin contar con la mía. Deséame suerte. A cambio de tus buenos augurios quiero ofrecerte la serenidad de este mar del color del mercurio.
En un segundo magnífico el ocaso sucede. Ya no nos queda sol, sólo nos quedan faros en los ennegrecidos roquedales. Por el lado opuesto de la isla la luna llena acaricia la isla de Anafi, la calima nocturna, pero rebeldemente rosada, comienza a devorar los contornos de Thirassiá, suenan las campanas de las iglesias y me siento desbordado. No me bastan los sentidos para percibir cada estímulo del instante tan pleno.
La luna llena se convierte en hacha redonda, casi minoica, eternamente antigua. Se convierte la luna en el temido cuchillo de doble filo de canción y pesadillas, y rasga mi garganta y siega la posibilidad del sollozo. La posibilidad de pronunciar tu nombre.
No puedo llamarte.
Y como tampoco puedo olerte, huelo el mar y me consuelo durante un segundo intenso que dura en mi interior apenas quince lustros.

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