Ofrenda

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domingo, 20 de marzo de 2011

Ερμούπολη, 02-Ene-05

Otra vez despidiéndome de una isla. He estado muy bien en Syros, siento que mi sombra queda atrapada entre sus calles y cafés.
Me levanto temprano, bajo a comprar el billete del barco pero me retiene kyría Esperance. Me pregunta si he visitado el Teatro Apolo.
“Nosotros, cuando vamos al teatro, decimos: vamos a Milán. Es un teatro precioso, con telas como no podemos soñar en nuestras casas. Es un teatro muy antiguo. Una vez uno de los ricos del pueblo, cuando Syros era una isla rica, compró todas las entradas del teatro para él solo. Actuaba una actriz importante, no recuerdo si era la Kotopuli; bueno, es igual. El rico, todos los ricos de entonces, caminaba con bastón que nunca apoyaba en el suelo. Dicen que en el teatro golpeaba con el bastón la madera del escenario para oír su eco y sentir que el teatro esa noche era sólo suyo. Era un excéntrico. Cuando abrió una fábrica nueva fue al Gymnasio para contratar a algún muchacho aventajado que le llevara los papeles de la oficina. En el Gymnasio sólo estudiaban entonces los mejores chicos, había un nivel muy alto. Los vio a todos, les invitó a un cigarrillo y al final no quiso coger a ninguno para trabajar. Dijo que ninguno de aquellos jóvenes llegaría jamás a ser un buen economista. El director del Gymnasio le preguntó por qué decía eso. Él contestó que cada chico había utilizado una cerilla para encender un cigarro y que a él cada cerilla le valía para dos veces, que hacía que se las cortaran en dos con una cuchilla de afeitar. Ahora los ricos también son distintos, ya no ahorran; se lo gastan todo en el casino”.
Me acerco al puerto, hay un barco para Mykonos y Tinos a las doce y media. Dudo un momento. Tinos no lo conozco, pero sé que hay poca cosa aparte de los milagros del quince de agosto. Mykonos lo conozco y creo que es mejor elección. Compro el billete y pienso que es bueno volver al lugar en que una vez se fue feliz.

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