Ofrenda

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domingo, 20 de marzo de 2011

Valdepeñas, 09-Ene-05

Entre este frío y esta soledad han muerto para siempre las palabras. Las musas se quedaron en su tierra, ya no se acercan a mis dedos los adjetivos, los verbos, las comas. Mi idioma es otro idioma que ya no reconozco como mío. Tiemblan mis manos heridas por la sequedad de una llanura que no es azul, inmóvil, sin mareas lunares que acaricien orillas. La piel de mis palmas busca contactos que devuelvan la vida a sus líneas inscritas y, como un enfermo de Epidauro que desea encontrar la última solución en sus dioses, acarician una caracola cogida en el Egeo hace ya muchos años. Las manos aprietan desesperadas las formas ásperas y abruptas de la caracola, sangran, desean unir su sangre a la esencia marina que aún destila. Ahora esa caracola del Egeo es mi único compañero de viaje y me susurra, en su idioma de brisa y oleajes, que acepte la vida como acepté en los días del pasado las muertes; que sueñe y acepte en ese sueño que mi corazón es un fruto inmortal desprendido a varazos de unas ramas resecas. Y la sangre de mis manos, desde los estigmas de una añoranza más dolorosa que las heridas abiertas, va cayendo en este suelo helado y las gotas, caprichosas, han dibujado en las baldosas un precioso archipiélago, lleno de montañas submarinas, de duros acantilados, de abigarradas orillas recortadas sobre un fondo oscuro de millones de abismos. Y las gotas de sangre van agitándose, se mueven de un lugar a otro, con voluntad propia, con un solo fin, dibujar para mí unas nuevas Cícladas, imitar unas nuevas Espóradas, recordarme un nostálgico Dodecaneso invernal, traerme la luz del Heptaneso a esta noche de sueños imprevistos. Mis dedos se acercan a las gotas de sangre, comienzan, como hace ya tantos días, a dibujar en este mapa improvisado las deseadas rutas; las yemas de mis dedos van uniendo isla con isla, se han convertido en diminutos barcos que unen paisaje con paisaje, palabras llevadas desde una costa a otra, verbos navegantes, adjetivos de anclas, artículos de timones, la brea de las preposiciones, las algas pegadas a la quilla como alargadas comas y puntos que se han convertido en Estrella del Sur que guiará los destinos que rodearán futuras navegaciones en gélidos días soleados. Hay olas subordinadas invadiendo mi casa, golpean mi ventana la métrica y los versos, la entonación de Alicia es un fantasma que se esconde tras las hojas del laurel, una tempestad de idioma entra desde el jardín hasta mi cama y juega con mi cuerpo un alfabeto cansado ya de siglos. Mi alma está poseída por palabras compuestas, quieren mis labios lanzarlas a un espacio que deseo infinito, pero la voz no sale porque aquí, entre este frío y esta soledad han muerto para siempre las palabras. Las musas se quedaron en su tierra, ya no se acercan a mis dedos los adjetivos, los verbos, las comas; y ya no puedo escribir ninguna frase nueva. Busco soluciones urgentes en mis libros y mi impotencia me hace plagiar un texto de Maruja Torres, un texto de “Amor América”. Cambio tan solo una palabra, un nombre propio, escribo lentamente entre las islas nacidas en mi suelo:
Abro el balcón y Grecia no está y echarla en falta es mi forma de seguir en ella.
Y me marcho a dormir, a soñar, por fin, que mi corazón es un fruto inmortal. Y ya no temo nada, y ya nada espero, y ya por fin soy libre.

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