Ofrenda

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domingo, 20 de marzo de 2011

Αθήνα, 07-Ene-05

Aún no ha amanecido en la mañana ateniense. Salgo al balcón a tomar un bote de leche con cacao que compré anoche en un períptero antes de subir a dormir. Salgo desnudo y toda mi piel entra por última vez en contacto con el aire de Grecia, con las brisas de la ciudad cargadas de idioma, de sombras, de ayer. Me fumo un cigarrillo antes de ducharme, así, desnudo en este balcón que domina la plaza de Omonia. Llegan imágenes de los últimos días, sonrío ante la sonrisa de mi recepcionista de Santorini, ante la expresividad de mi ya inolvidable Kyría Esperance, ante la amabilidad del marinero que me devolvió la identidad en un barco del Egeo. Los ritos de Deméter me sobrecogen, las pastas de canela y clavo del anciano de Íos regresan a mis labios. Sale lentamente el sol e imita los colores de los dulces orientales y perfumados del mercado de Athinás. Atraviesa el cielo una bandada de pájaros, van hacia la derecha y celebro el augurio. Sus alas recuerdan los colores de Petros II, confundido con los blancos de la cal de Mykonos. Siento un ligero mareo por las imágenes que invaden mi diminuta memoria. Unas prostitutas del Este me devuelven al presente en un balcón del hotel que hay frente al mío. Llevan sus rulos puestos, unos pijamas apretados, hogareños, amarillos y llenos de dibujos infantiles; los maquillajes marchitos tras la noche de trabajo; hacen ejercicios para desentumecer los agotados cuerpos castigados por una pasión fingida, me parecen personajes llenos de ternura. Una de ellas me mira, no me avergüenza mi desnudez imperfecta, sonríe casi tímida. Al terminar mi cigarro entro en la habitación, enciendo el televisor mientras me ducho y me preparo para dejar el hotel y dirigirme al aeropuerto. Último contacto con el idioma que me cautiva. ¡Ojalá ya ninguna brisa violenta en mis años futuros permita que se borren de mi mente las palabras!
Salgo del hotel, atravieso el alba y las calles antes de ir al aeropuerto. Miro hacia atrás y mi sombra se ha despegado de mi cuerpo. Ha sido valiente y ella sí se quedará en Atenas y mis sentidos me dicen al oído que pronto, muy pronto, volveré a reunirme con ella, con los lechos llenos de pasiones prohibidas, con los sabores de los labios besados hace años, con los dedos recorriendo pieles de las cuales olvidé el color pero nunca el tacto. Las sábanas que fueron campos de batallas apasionadas volaron en el tiempo descolgadas de sus ventanas, fueron alfombras mágicas de cuentos persas que huyeron donde nadie más las atormentará con el violento vaivén de la apasionada juventud, de la premura del sexo joven, con la avidez de amores deseados y el recuerdo de la piel erizada ante la sola presencia de pieles cercanas.
Última llamada para los pasajeros del vuelo OA 872.
Última llamada a los recuerdos que ya no me acompañan, para la memoria que se ha quedado fotografiando especias y carruseles dorados.
¿Por qué debo aceptar una última llamada cuando en el lugar que habito nadie me está llamando? ¿No es en esta tierra, la que dio origen a mi alma, la única en  que sentí llamadas últimas y primeras?
Última llamada para los pasajeros del vuelo OA 872. Tú que eres capaz de hacer magia con cualquier número, haz que desaparezcan ahora de mi destino, bórralos y deja que la llamada sea simplemente para un vuelo, sin cadenas de eslabones de guarismos, sin ecuaciones de despedida, divisiones de cuerpos encrespados, sumas de añoranza y restas de miradas y restos de mirada de una noche de octubre. Un día de tu boca saldrá un ave plateada que despejará incógnitas mordidas por el olvido.

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