Ερμούπολη, 30-Dic-04

Me instalo en la habitación. Frente a mí está el puerto, nuevas vistas al mar, como en las islas anteriores. El episodio del carnet, en vez de ponerme nervioso me ha hecho gracia. Pensaba que si no podía salir del país y debía quedarme en Grecia, las excusas que tendría que dar en el trabajo al regresar hubieran sido estupendas: perdí mi identidad entre las islas del Egeo, muy poético pero muy real. ¿Por qué se ha producido en mí este cambio de actitud? ¿Por qué esta misma situación hace un año me hubiera alterado los nervios? Algo está cambiando.
No puedo resistirme a la tentación de pasear por el puerto en estas nocturnas horas de Syros. La primera impresión es tan positiva que ya la coloco entre mis favoritas, entre Creta, Rodas, Jíos y Santorini. Las calles están llenas de edificios de estilo italiano, la gran plaza de Miaoulis tiene un palacio neoclásico, diseño racional de un arquitecto alemán, y un suelo de mármol en toda la plaza. Los tres lados que bordean el palacio están llenos de soportales con cafés y ouzerías[1].
La ciudad tiene una belleza elegante y serena, con preciosos cafés y tiendas curiosas que invitan a entrar y mirar. Un detalle que me ha gustado es que todo está escrito en griego, apenas se ve el inglés. Esto es bueno, indica que la isla no está vendida al turismo.
De noche, por las calles del puerto, se ven algunas imágenes que recuerdan las canciones de Markos Bambakaris: gente de un mundo de alcohol y prostitución cercana al mar. Casi una estampa inocente.
Mañana, último día del año, se recibe en la plaza a Ayos Basilis. Llegará por el mar y lo festejarán con fuegos artificiales. No quiero perdérmelo, me parece una buena ocasión para ver la vida cotidiana de esta ciudad.
Al volver a la habitación miro por la ventana. Estoy a muy pocos metros del mar; hay un gran movimiento de barcos y de luna sobre el agua.
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