Ofrenda

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miércoles, 6 de abril de 2011

DE PLANTAS Y SERPIENTES


Asklh’peion, 2 – I – 2009

Hay días en los que el sueño es más pegajoso incluso que la melancolía. Me han dado las ocho en la cama, extraña hora para mis viajes de alborada.
Cojo el coche –el arañazo no es para tanto– y voy camino del Asklepion desayunando un cigarro y un batido Milko. Ni un solo coche en el aparcamiento, nadie en el jardín que lo comunica con el recinto, un jardín que es casi un extremo del bosque de cipreses y pinos. Nadie en las ruinas, pero puede que sea lo normal a las nueve de la mañana de un día de enero.
Las ruinas del Asklepion están repartidas en tres terrazas. En la primera hay unos inmensos baños romanos y una arcada al fondo que está sólo interrumpida por la escalinata que da acceso a la segunda terraza. En esta segunda terraza están los mejores fragmentos del santuario. Un templo romano, posiblemente dedicado a Apolo, fustes lisos y capiteles corintios. Algunas cabezas de león reposan en el suelo húmedo con sus bocas abiertas. La tercera terraza conserva la base del templo de Asclepio. Debió ser grande si nos fijamos en la superficie que ocupa, pero esa grandeza se ha perdido con los siglos, apenas unas piedras desordenadas hacen de límite del recinto sagrado. Lo mejor de esta tercera terraza es la vista. Las playas de la isla, las montañas de Anatolia. Una terraza llena de silencio. En un lateral del recinto se adivina el relieve de una serpiente.
Bajo las escaleras. Las ruinas siguen tan vacías que me puedo oír respirar.
Más coche, más carreteras. Me marcho a ver los pueblos de Zía.


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