Ofrenda

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miércoles, 6 de abril de 2011

DOS TAZAS DE HARINA


Xenodoceío Marie, 31 – XII – 2008

Cuando volvía dando un paseo desde el centro me ha llovido una tormenta de pétalos de buganvilla. Esta mañana me decía una señora que hasta hace unos diez días han vivido un auténtico verano, que sólo desde el día de Navidad tienen frío y viento. Las buganvillas cargadas de flores son el testimonio de este verano prolongado y tardío. Este viento repentino las desnuda deprisa y llena el aire de pétalos fucsias y escarlatas, de esos pétalos que siempre me han parecido papel teñido. El centro de la ciudad parece vestirse de fiesta.
Temiendo que la tarde fuese larga, me he cargado de periódicos y revistas. Suponía que iba a pasar las últimas horas del año entre noticias, artículos y columnas; suponía también que iba a estar de muy mala leche y algo triste, maldiciendo el primer año del día que tenía todas las trazas de ser un errar continuo por las calles de Kos, sin nada que ver y sin nada que hacer, al menos nada de interés.
De pronto hay una agencia de viajes en la que alquilan coches. Casi perpetro un atraco, están a punto de cerrar. Les pido un coche y me lo proporcionan, aunque ellos alquilan de manera indirecta. Una llamada y viene un chaval altísimo a recogerme. Subo al coche, calles y bombillitas por todas partes. Para en una esquina y llama al timbre en un portal. Me desea en inglés un feliz año y se marcha a toda prisa. El coche en marcha y aparcado en prohibido. Me entra la risa.
Sale del portal una tigresa rubia. Recién teñida, recién peinada, recién maquillada. Si no fuese por su chándal a punto de estallar, hubiera jurado que salía de una gran fiesta. El chándal, de color verde militar, tiene manchas de harina en los dos pechos. ¿Serían de sus manos o he interrumpido algún juego erótico en la cocina?
Como si hubiese leído mi pensamiento, se ha apresurado a decir señalándose los pechos:
— Estábamos amasando la vasilópita.
Me he callado porque no me he sentido capaz de mejorar el comentario.
El dueño del hotel me esperaba en la puerta. Me ha invitado a un café y hemos charlado un rato.
— Os espero a tu mujer y a ti este verano.
Arreglado para la cena parece una persona diferente al de la mañana. Me subo a la habitación con la boca llena de aromas de café y la cabeza de pensamientos lascivos. Me descalzo y me pongo a ver la tele.


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