Ofrenda

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miércoles, 6 de abril de 2011

LA ESQUINA DEL BLUES

RódoV, Plateía IppokrátouV, 26 – XII – 2008

Uno cree que todo está bajo control, que los años no han pasado en vano y que los instintos por fin han sido dominados por la razón. Por fortuna todo esto es una gran mentira. He bajado por Sokratus desde la Mezquita de Soleimán el Magnífico y al sol de la plaza un cuerpo moreno y esbelto ha despertado las fibras dormidas. Mi tiempo se hace joven de nuevo, el cuerpo no acompaña.
     Me siento a tomar un café con leche para dar nuevas fuerzas a mis piernas (clac-clac) He recorrido gran parte del doble foso que separa la ciudad moderna de la medieval, entre dos murallas potentes y casi intactas. Entro en la ciudad vieja por la Puerta de San Antonio y llego hasta la Plaza del Reloj.
     En la actualidad no se pueden visitar ni la Torre del Reloj ni la Mezquita de Soleimán; son un recuerdo del pasado turco que amenaza ruina. Las paredes rosas de la Mezquita y las verjas azules mantienen aún en pie las cúpulas grises y aparentemente bien conservadas.
     Como la mezquita mira a la Meca, queda un poco descuadrada del resto del conjunto y así la calle Sokratus no se abre desde una de sus fachadas sino desde una de sus aristas. La calle desciende entre tiendas cerradas por el día festivo y plazuelas arboladas que se aparecen a ambos lados. Apenas un par de establecimientos están abiertos esta mañana, una tienda de prensa y recuerdos y un café. El café tiene la belleza barroca que le da la multitud de objetos y baratijas colgando de sus paredes. El suelo está hecho de guijarros en blanco y negro formando dibujos, una decoración muy frecuente en el Dodecaneso, sobre todo en algunos pueblos del interior de Jíos. La puerta del café es de madera, labrada a la turca, ramas en espiral con hojas de parra y racimos. La puerta ha sido repintada en tantas ocasiones que casi ha perdido su relieve.
     Frente al café hay una fuente turca de mármol sin agua. Un gato negro duerme en una de sus pilas.
     En la esquina que une la calle Sokratus con la Plaza Ipokratus hay una mujer negra sentada en el suelo, va teñida de rubio platino y canta y grita complejas letanías en un lenguaje incomprensible. De vez en cuando le da tregua a su voz. Luego retoma su canto y vuelan las palomas. La plaza se llena de sombras de alas y aire.


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