Ofrenda

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miércoles, 6 de abril de 2011

LAS TABLAS DE TAVLI


PrwteúV, 28 – XII – 2008

Rumbo a Symi en una mañana plomiza. Cuando me he levantado he visto el cielo bajo y las calles mojadas. Después me ha dicho el recepcionista que había llovido toda la noche.
Durante casi media hora he caminado entre la muralla y el mar hasta llegar al tercer puerto. Un barco de color crema con charcos gigantescos en la cubierta y una sorpresa: si el viento no nos castiga en exceso –aunque hoy es posible que lo haga–, haremos una parada de hora y media en el puerto de Panormitis, al sur de Symi. Es justo el lugar que, exceptuando la capital, quería visitar; he leído que el monasterio es muy interesante.
Me asomo a la barandilla de cubierta para ver Rodas antes de alejarme. La ciudad entera cubierta por una mullida y gruesa capa de grises. Las nubes bajas, los minaretes casi las desgarran. Siento otra vez el pellizco del regreso, la nostalgia, esa palabra griega que define a la perfección el dolor del alejamiento. Siempre desterrado y siempre en movimiento. Islas y barcos, dolor de los lugares. Esta tristeza de la distancia que se ha convertido en seguro de vida. Esté donde esté podré siempre lanzar redes de melancolía a geografías distantes que ubico en mapas, fotos, palabras escritas y aromas invisibles. Sé que los lugares existen y que en algún momento futuro pueden de nuevo recibir mi regreso.
Las personas no esperan y, aunque lo deseemos, no siempre podemos ubicarlas. Son capaces de viajar por nuestros recuerdos, atravesarlos, cambiar de escenario dentro de nuestra propia memoria. Mudan sus gestos, sus frases, sus palabras, sus ropas e incluso sus afectos. ¿En qué se parece el recuerdo del primer beso al del primer portazo? ¿En qué se parece la primera vez del sexo a la primera vez del “yo ya no te quiero”? No existen parecidos en un único rostro. El recuerdo de las personas es un fluido que viaja por nuestra memoria, nos traiciona escondiéndose y asomándose por sorpresa desde los pliegues montañosos de nuestro cerebro.
Me dan mayor seguridad las cúpulas grises que se alejan tras las ventanas del barco, la muralla que se hace diminuta ante mis ojos. El mar pone distancias entre el presente y la isla.
Alrededor, símbolo del destino, sonido de dados y fichas de tavli.


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