Ofrenda

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miércoles, 6 de abril de 2011

NICOTINA


LíndoV, Acrópolis, 27 – XII – 2008

El mismo recorrido que hicieron durante siglos los peregrinos y fieles es el que he tenido que hacer hasta alcanzar la cumbre de la Acrópolis. Ellos, es seguro, no echaron por el camino pulmón y cuarto; al no haber América no había tabaco. Siempre que subo a alguna de las múltiples acrópolis de Grecia me planteo muy en serio –al menos durante unos instantes– dejar el tabaco.
La Acrópolis me recibe con sus eternas obras y una columnata helenística coronando las escaleras. Quedan pocas columnas en pie, sin embargo la escalinata permanece casi intacta. Tras subir paso a paso y grada a grada (otro cuarto de pulmón y otra promesa en firme), se abre una explanada sobre la que se levanta el templete de Atenea Lindia. Una joyita dórica del s. IV antes de Cristo. De las cuatro columnas del frente sólo dos capiteles parecen auténticos, de los fustes, ninguno. La Acrópolis, como tantos otros lugares de Grecia, fue ocupada por los Caballeros, los turcos, los venecianos, los francos, los italianos y los turistas; los y los que dejan huella en unos espacios que en tiempos libres fueron espacios sagrados. El resultado suele ser sorprendente y en este caso también lo es. Una Acrópolis amurallada, una iglesia bizantina mayor que el propio templo.
Hace calor, fuera chaqueta, fuera jersey. A la sombra de las columnas, observando playas y horizontes, me fumo un cigarrillo. Estos son los momentos del viaje que merecen realmente la pena. Olvido mi promesa y con el humo entra en mí cuerpo toda la indescriptible belleza que me rodea.
Alrededor de la Acrópolis tres pequeñas calas; una de ella, la que está más al sur, es una gran piscina. La separa del mar un cinturón cerrado de rocas que el tiempo y la erosión han horadado formando pequeños puentes. Por sus ojos entran barcas a la ensenada. La que queda más al norte es la bahía llamada de San Pablo. Según la tradición, hasta aquí llegó el apóstol.
Podría pasarme así horas enteras, inventando adjetivos que nunca escribiré para las olas y las aguas de Grecia, mirando como el sol juega a rodear de brillos los islotes rocosos y cercanos... pero recojo mi sombra y nos vamos, trazamos un camino de vuelta.


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