Kafeneío Eúa, 28 – XII – 2008
Cuando ha dejado de llover me he vestido y me he puesto a pasear por las calles del puerto. La noche es ya tan espesa como un charco de brea. Luces en las casas y coches que se mueven como recién despertados de mi siesta.
Juego a la canción, como en Lisboa. Elijo una música determinada y cuando deja de sonar entro en el primer bar que encuentro. Cuando el destino se alía con el juego de la música suele acertar. Llego a un café de esos que te retienen, un lugar del que no se desea salir, un útero con sabor a café con leche. Es la planta baja de una casa antigua que conserva parte del mobiliario: un viejo sofá, una alacena, fotos de la abuela, una jaula de cobre con un par de periquitos silenciosos...
El dueño me trae un café caliente y un vaso de agua fría. Conversa después con un amigo, comparten el sofá. Llega después un tercero, un tal Ilías. Se saludan contentos y les hace un retrato, hablando muy alegre, de sus días en Atenas.
Un cuarto hombre, bellísimo sin serlo en absoluto, una mujer extranjera, esposa de Jristos, con un niño que se llama Marios, también un hombre de pelo blanco que interviene desde otra mesa.
El kafenío se va llenando...
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