Ofrenda

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martes, 5 de abril de 2011

UN JAMÓN PARA EL MEJOR


Aqh’na, 23 – XII – 2008

Tras descansar un rato en el hotel (clac-clac), regreso a mezclarme con el bullicio de Atenas. Omonia está tomada por la policía. Agentes vestidos de azul muy oscuro unos, de verde oliva otros. En común sólo tienen rostros serios y cámaras antigás. Unos cuantos policías llevan puestas ya las máscaras, otros las llevan aún en la mano. A las tres hay una concentración de estudiantes en la Plaza de la Universidad. Desoyendo todos los consejos de familiares y algunos amigos, me voy al encuentro de los manifestantes.
Todos los comercios de la calle Elefcerios Veniselos tienen echadas las persianas. Los comercios más grandes tienen abiertas las puertas, pero los escaparates se ocultan tras tupidas rejas metálicas. Algunos comercios pequeños y algunos perípteros han cerrado. No hay tráfico en la calle, todo es silencio y la avenida vacía una pura imagen onírica.
Poco a poco se escuchan voces, sordas, como si el murmullo procediera de debajo de una manta. Los gritos en la distancia son extraños. Los sonidos son semejantes a los de una bronca contada como confidencia. Imagino una ruptura violenta contada en el silencio de una noche; fingimos los gritos, acaso los portazos, todo sin levantar la voz.
Recuerdo una larga noche de verano, era la segunda noche de San Juan con mis alumnos. Decidimos celebrarla en el jardín de la Casa de Mar en el Desierto. Nos contábamos unos a otros episodios y aventuras, tumbados en el césped, a media voz para no molestar a los vecinos. Nuestras voces se fueron apagando con los últimos rescoldos de la hoguera y resurgieron con su volumen y fuerza habituales cuando se anunciaba el alba. Los relatos se volvieron menos íntimos y más naturales.
Como si el amanecer hubiera llegado, las voces de los manifestantes se hacen potentes. Ya no son un grito ahogado. Tienen ahora la fiereza de sus consignas. Insultan a un gobierno que asesina a adolescentes, que entregan dinero a los bancos para hacer frente a la crisis mientras complican la vida a jóvenes, ancianos, obreros y estudiantes.
Sin apenas darme cuenta me aprendo las consignas; sin apenas darme cuenta me uno a ellos, tomo la misma dirección de sus pasos y sus protestas contra un gobierno que sólo me es molesto unos días al año. Aún así me creo las consignas y las comparto porque compartimos en Europa aproximadamente las mismas formas de gobierno. Grecia con un partido de derechas y nosotros con una pretendida izquierda que en momentos de crisis se comporta como todos los gobiernos conservadores. Hace un par de meses inyectó liquidez a la banca, como antes se había hecho en Estados Unidos; nuestros bancos se han dedicado a regalar jamones a quienes abren cuentas. La calidad del jamón depende de la cantidad ingresada. Un capitalismo que se extiende hasta la pezuña del cerdo.
Interiorizo mi voz y me creo cada vez más mis protestas. Siento nostalgia de otros tiempos en los que no nos avergonzaban nuestras quejas, un tiempo en el que creíamos en la fuerza de nuestra voz. Luego llegaron gobiernos de derechas o de derecha matizada y nos enseñaron que nuestras voces y nuestras quejas ya no servían. Dos huelgas generales que nada consiguieron. Un pueblo en la calle que no pudo parar una guerra. Ahora hemos decidido no volver a quejarnos, somos el pueblo educado y domesticado con el que sueña cualquier gobernante.

El pueblo griego tiene en estos días pesadillas. Hace pocos días siete mil jóvenes tomaron las calles de Atenas. Rompieron escaparates, quemaron contenedores y vehículos, quebraron el ritmo de la ciudad con su presencia y sus voces. Europa se escandaliza y luego mira hacia otro lado. KATW H KUBERNHSH TWN DOLOFONWN![1]
La luz dorada de un temprano atardecer baña en naranjas las fachadas y la estatua ecuestre de Kolokotronis. En este punto me alejo de la manifestación y me sumerjo ya en otras realidades.


[1] ¡ABAJO EL GOBIERNO DE LOS ASESINOS!

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