Aqh’na, 23 – XII – 2008
El horario de llegada del barco me hace cambiar de idea. Si mañana cojo el barco a Kos a las siete de la tarde, llegaría a la isla a las cinco y media de la madrugada. Me imagino en un puerto que desconozco, arrastrando mi maleta llena de ropa de invierno mientras busco un lugar donde alojarme. Seguramente esa mañana navideña todo estará cerrado. Buscaré algún café compasivo que tampoco encontraré abierto y me pondré pesado y melancólico.
No me importa alterar mis planes en los viajes de invierno. Si cojo el mismo barco y voy hasta Rodas, la hora de llegada se retrasará hasta las ocho, contando con la demora habitual, las ocho y media. Buena hora para un café y la búsqueda de una habitación. Así que, me pongo en manos del destino y me voy a Rodas.
Antes de entrar en el hotel me chista una prostituta del este. Tiene un ojo azul y otro negro. Paso de largo sin decir esta boca es tuya; me llevo su mirada al dormitorio.
Subo a la habitación, dos paredes en ángulo están cubiertas de espejos. Multiplican el espacio por cuatro. En contra de mi voluntad me obligan a asomarme y no puedo destruir la fotografía en movimiento que me escupen.
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