Ofrenda

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domingo, 31 de julio de 2011

MALOS TIEMPOS


Es cierto que aquellos tiempos malos fueron malos tiempos. La casa se fue deteriorando sin que nadie lo advirtiera. Un día el desconchón del manillar de un triciclo. Otro día fue un taladro de pulso inquieto que acabó siendo inútil a la hora de colgar aquel retrato antiguo. Humedades de cañerías que se habían jubilado antes de que los habitantes de la casa decidieran que su tiempo se había terminado. Un pequeño incendio, tal vez porque los amantes se entregaron al placer de sus cuerpos y entre copa y copa de vino la vela que alumbraba la penumbra de sus ojos cayó sobre aquel kilim que les habían traído de Marruecos.
Ahora los tiempos eran malos, pero no siempre fueron malos tiempos. Tus ojos miraban extrañados las paredes, sorprendido y quizás entristecido. Percibías, lo sé el paso de los años en las ventanas reventadas de años y vientos de Poniente. Querías contármelo y las palabras se te escapaban. Tu eterna sonrisa era un reloj de arena, se perdían tus palabras, pero tenías el don de tu mirada. Cuando se revelaban en tu boca los verbos, los adjetivos y las comas, siempre te quedaba el recurso de tu mirada. Y en mis manos caían tus fotografías. Yo extendía mis palmas, como si fuese una tierra preparada para ser fertilizada con semillas nuevas; como si fuera tierra ennegrecida deseosa de recibir las hojas secas de un castaño. Cuando la imagen llegaba a mis manos, su tacto se hacía palabra, su luz eran sonidos que me revelaban toda la verdad de aquello que horas antes había percibido tu mirada. Tocaba el papel con los ojos cerrados, como si fuese ciego, queriendo descubrir el enigma. En algún momento la suavidad semisatinada del papel me traía a los dedos la memoria de tu espalda. Acariciar tus fotografías era acariciarte. Igual que aquellas veces en que me enseñabas tus fotografías del mar y la humedad que encerraban me hacía desear escribir poemas en tu piel con mis dedos mojados en el mejor de los vinos. La casa vacía, las paredes despintadas, la puerta de madera queriendo huir al mar que se veía más allá, queriendo ser barca y oliendo a madera vieja y salada.
Así olía tu pecho después de la siesta, cuando nos despertábamos hechos mil nudos marineros en un incomodísimo sofá de tela naranja. Prométeme que me llevarás a la casa abandonada, te supliqué. Cuando la luna nos sea propicia, me dijiste. Era noviembre cuando fuimos a la casa abandonada. Parecían malos tiempos, pero no lo eran tanto. Sobre el muro, sin cal, sin restos de pintura, jugamos a adivinar los dibujos que fueron formando el salitre y las humedades. Como hombres primitivos viendo animales en las nubes.
Y encendiste una vela, y yo te ofrecí vino. Y en un abrazo adiviné la luz de todas tus fotografías en la piel de tu espalda, en el olor a madera de tu pecho. Parecían malos tiempos, pero fueron los nuestros.

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