Ofrenda

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viernes, 23 de marzo de 2012


Pigadia Karpathou, 27 de diciembre de 2011

Me levanto de un humor de perros.
Ya sabes que cuando me levanto acompañado lo hago de muy buen humor, pero si me levanto solo y no saludo a nadie inmediatamente, mi humor se hace neblina.
Abro las cortinas. Un sol blanco y brillante; el mar azulísimo y olas serenas. Ya estoy contento. Quiero acercarme al mar y saludar al sol.
Preparo lentamente el desayuno, la televisión puesta de fondo y las noticias repetidas año tras año en el programa «Kalimera Ellada». Entre los últimos días del año y los primeros del que empieza hay que pagar los impuestos de tráfico. Como aquí no se pueden domiciliar los pagos, todas las oficinas de recaudación se ven congestionadas por centenares de griegos que van a cumplir con el fisco. Hoy había gente esperando desde las cuatro de la mañana en las oficinas de Atenas. Y luego se quejan de que hay demasiada evasión fiscal... No estaría mal que modernizasen el sistema.
Y tras las noticias llegan los consejos astrológicos para el 2012. Te anuncian un año lleno de decisiones importantes, ten cuidado y no te equivoques. El mío he preferido no escucharlo porque estos días tengo miedo. Desde hace algún tiempo mi salud me está dando mensajes extraños e insistentes. De momento, y gracias a remedios caseros, y velas a mis santos, creo que me he librado del cólico nefrítico que me amenazaba desde comienzos del viaje. Pero la garganta sigue emitiendo señales de alarma y la operación ya no debería retrasarse demasiado.
Salgo del apartamento y en la recepción me recibe la señora de la casa con su sonrisa amplia y de dientes ausentes. Tienen una forma curiosa de hablar aquí. Desde los años cuarenta han emigrado a Estados Unidos y Australia y el griego de Kárpathos es un griego lleno de expresiones en inglés. Le pregunto por alguna agencia de alquiler de coches y me dice que la más barata está enfrente de la bus station y que ahora el precio no es expensive, sino más bien cheap.
Me desea buenos días usando cientos de palabras y me voy a buscar la agencia.
La ciudad es distinta en la mañana. Los comercios abiertos, la gente paseando o tomando café. Una furgoneta trae el pescado fresco y el pescadero tiene que hacer virguerías para no pisar a la decena de gatos que se arremolina a sus pies, maullando nerviosos.


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