Ofrenda

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domingo, 25 de marzo de 2012

Y me llevaste al bazar como una gitana a un mono
Grecia, Grecia, madre del dolor.


Arkasá, 30 de diciembre de 2011.

Llueve desde las primeras horas de la mañana. Al levantarme he visto un cielo oscuro, blando y bajo; nada que ver con el cielo azul y liso de estos días. No es fácil recorrer la isla. El coche es poco estable y las carreteras son pésimas. En una curva, al bajar desde Aperi hacia la costa, con el firme empapado y lleno de agujas secas de pino, los frenos han fallado y me ha costado mantener la dirección correcta. Un latigazo del estómago a la lengua. He recordado mi accidente y he recordado que anoche, antes de dormir, cuando uno no es dueño de sus pensamientos, visualicé fielmente la escena que hoy he vivido. El miedo en soledad dura un instante. Hay que reponerse sin ceder y seguir el camino. Lo único que he pensado ha sido que en estas carreteras tan desiertas, si algo te sucede no tienes ni a quién contárselo.
Por causa de la lluvia sólo he podido ver Aperi, un pueblo próspero a los pies del monte Lastos. Las calles están bordeadas de higueras y adelfas. Otro pueblo casi desierto, sólo los tres gatos que me han acompañado en mi paseo testimonian la vida.
Me refugio de la lluvia en este kafenío de Arkasá. Una chimenea encendida, gruesos los troncos. Una colección de espejos antiguos y hombres que conversan, juegan a las cartas y mueven sus komboloi. Todos fuman sin cesar bajo los carteles que lo prohíben. Todos fumamos.
Un hombre ciego, pegado peligrosamente al fuego, es el único que no habla.

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